Cuando un alumno quiere aprender algo, lo logra con mayor facilidad que cuando no quiere o permanece indiferente. En el aprendizaje, la motivación depende inicialmente de las necesidades y los impulsos del individuo, puesto que estos elementos originan la voluntad de aprender en general y concentran la voluntad. De esta forma podemos ver que la motivación es un acto volitivo.
Cuando el alumno se encuentra en un ambiente agradable, donde él es tomado como persona que siente, piensa y desea, entonces dirigirá sus energías para aprender. Quizás al principio lo haga para agradar al maestro, para ser aceptado por su grupo; posteriormente, dependiendo de la habilidad del docente, el alumno amará la materia.
¿Cuántas veces no hemos escuchado que un alumno escoge una carrera determinada por la influencia que tuvo un profesor en él?
Existen dos clases de motivaciones: motivación intrínseca y motivación extrínseca. La primera se refiere a la satisfacción personal que representa enfrentar con éxito la tarea misma. La segunda, depende de lo que digan o hagan los demás acerca de la actuación del alumno, o de lo que él obtenga tangiblemente de su aprendizaje. Estas dos se mezclan continuamente y, a veces resulta imposible separarlas, ya que la autoestima juega un papel muy importante.
El alumno pretende alcanzar con éxito sus estudios, ser valorado y obtener recompensas de ello; sin embargo, cuando no lo logra, y sufre alguna experiencia de vergüenza y humillación pueden surgir dos problemas emocionales afectivos: indefensión y desesperanza aprendida.
La indefensión es cuando los estudiantes atribuyen el éxito escolar a causas externas fuera de su control y a causas internas estables y no controlables.
La desesperanza aprendida es cuando la conducta de los alumnos se orienta principalmente a evitar el fracaso escolar. Piensan que no importan lo que hagan ya que van a fracasar. No quieren participar porque sus ideas están mal. Antes de empezar cualquier actividad ya saben que van a estar mal. Son derrotistas en potencia y tienen muy baja autoestima.
El papel del profesor en este sentido es fundamental, ya que a través de sus actitudes, comportamiento y desempeño dentro del aula podrá motivar a los alumnos a construir su aprendizaje.
La motivación debe darse antes, durante y al final de la construcción del aprendizaje.
a) Manejo de la motivación “antes”:
Mantener una actitud positiva: el profesor debe mostrar una actitud positiva, ya que los alumnos la captarán inmediatamente cuando entre en clase.
Generar un ambiente agradable de trabajo. El clima de clase debe ser cordial y de respeto. Se debe evitar situaciones donde se humille al alumno.
Detectar el conocimiento previo de los alumnos. Esto permitirá tener un punto de partida para organizar las actividades y detectar el nivel de dificultad que deberán tener. Asimismo, se podrá conocer el lenguaje de los alumnos y el contexto en el que se desenvuelven.
Preparar los contenidos y actividades de cada sesión.
Mantener una mente abierta y flexible ante los conocimientos y cambios. Hay que considerar que los conocimientos se construyen y reconstruyen día a día; que existen diferentes perspectivas para abordarlos ya que no son conocimientos acabados e inmutables.
Generar conflictos cognitivos dentro del aula. Plantear o suscitar problemas que deba resolver el alumno, que activen su curiosidad e interés. Presentar información nueva, sorprendente, incongruente con los conocimientos previos del alumno para que éste sienta la necesidad de investigar y reacomodar sus esquemas mentales.
Orientar la atención de los alumnos hacia la tarea. Tratar de que los alumnos tengan más interés por el proceso de aprendizaje y no por las recompensas que puedan tener.
Cuidar los mensajes que se dan. Tratar de no desmotivar a los alumnos diciendo que algo es muy difícil y que no van a poder con ello.
b) Manejo de la motivación “durante”:
Utilizar ejemplos y un lenguaje familiar al alumno. A partir del conocimiento previo del educando, el docente puede conocer su forma de hablar y pensar. Utilizando esto se pueden dar ejemplos que los alumnos puedan relacionar con su contexto, sus experiencias y valores.
Variar los elementos de la tarea para mantener la atención. Si el profesor siempre realiza las mismas actividades y procedimientos en todas las clases, los alumnos se aburrirán, ya que éstas se harán monótonas.
Organizar actividades en grupos cooperativos. Pueden ser exposiciones, debates, representaciones, investigaciones, etc. Las actividades en grupos cooperativos permitirán a los alumnos tener diferentes puntos de vista sobre el mismo material, por lo cual sus compañeros servirán de mediadores en su construcción del conocimiento.
Mostrar las aplicaciones que pueden tener los conocimientos. Ejemplificar mediante situaciones diarias la relevancia de los contenidos. Muchas veces los alumnos no saben para qué estudian si eso no “va a servir para nada”.
Orientarlos para la búsqueda y comprobación de posibles medios para superar las dificultades.
c) Manejo de la motivación “después”:
Diseñar las evaluaciones de tal forma que no sólo proporcionen información del nivel de conocimientos, sino que también permitan conocer las razones del fracaso, en caso de existir. La evaluación debe permitir detectar los fallos del proceso enseñanza-aprendizaje, para que el profesor y el alumno puedan profundizar en ellas y corregirlas.
Tratar de incrementar su confianza. Emitir mensajes positivos para que los alumnos se sigan esforzando en la medida de sus posibilidades.
Dar la evaluación personal en forma confidencial. No decir las calificaciones delante de todos. Es preferible destinar un tiempo para dar la calificación en forma individual, proporcionando la información necesaria acerca de los fallos y los aciertos; buscando de esta forma la retroalimentación del proceso enseñanza-aprendizaje.